Aunque muchas personas desconocen qué significa el término “procrastinar”, lo practican habitualmente y otra muchas, aún sabiéndolo, también lo hacen conscientes de ello. En general, todos tendemos a procrastinar algunas acciones que nos resultan aburridas o difíciles, pero normalmente no llegamos a perder el control de nuestros proyectos y con más o menos dificultad vamos cumpliendo con nuestras tareas, aunque en el fondo, sabemos que hemos procrastinado y que nuestra productividad y buen hacer dejan mucho que desear.

Existe una clase de personas que procrastinan por sistema hasta rebasar límites peligrosos. Las personas procrastinadoras viven períodos de aletargamiento sumidas en tareas intrascendentes como navegar, chatear, twittear tontamente durante horas o jugar y ver series tumbadas en el sofà, para luego correr a hacer las cosas en el último momento, o posponerlas “sine die”. Esto les conduce a atolladeros, incumplimientos y a sentimientos de estrés y baja autoestima.

¿Qué poderes tiene la procrastinación que envuelve irresistiblemente, a quién la sufre y lo lleva a su perdición? ¿Por qué procrastinamos?

Detrás de cada comportamiento se encuentra una intención positiva.

Por muy negativa que sea una actitud siempre su “intención” es obtener para la persona un beneficio. Comportamientos como la agresividad, la violencia, la adicción etc. buscan obtener provechos como dominio, satisfacción o evasión, aunque su efecto sea efímero y los resultados a medio-largo plazo sean nefastos.

La procrastinación actúa de la misma forma y su “intención”, varía según el caso, pero generalmente intenta evitarnos cosas como:

-Tareas tediosas y aburridas

-Enfrentamientos a situaciones molestas, conflictivas o dolorosas.

-Iniciar proyectos no bien definidos, en los que no se tiene muy claro que es lo qué hay que hacer ni cómo.

-No estar seguro de la conveniencia de efectuar una tarea o de ser la persona adecuada para hacerla.

Generalmente si nos escuchamos atentamente sentiremos una sensación especial “justo” antes de empezar a procrastinar. Puede ser languidez, un diálogo interno, una postura determinada, etc. Identificar esta sensación es crucial. Hacer el ejercicio de ver exactamente qué “molestia” nos quiere evitar e ir un poco más allá, para ver qué beneficios nos reportará soportar esta molestia, nos ayudará a vencerla.

Cuando sintamos está sensación especial previa, nos será útil formar el hábito de hacernos las siguientes preguntas:

-¿Qué voy a conseguir si hago la acción? Visualizar el resultado final.

-¿Qué va a ocurrir si no la hago? Visualizar los resultados y consecuencias.

-¿Soy la persona que debe hacerla? Ver alternativas.

El truco es “hacer algo al respecto”. No quedarse quieto